Primer borrador de cuento sin revisiones posteriores.
Agosto del 2012
Llevo ya tres semanas limpio y el síndrome de
abstinencia me está volviendo loco. Me sudan las manos, me tiembla un párpado y
los dolores estomacales no me dejan dormir. Peor que eso, tengo un dolor de
cabeza que me está matando, me clava agujas con sal en el lado izquierdo de la
sien y punzones con jugo de limón en el lado derecho. Está ahí, todo el día,
presionando mi cráneo y manteniendo mi ánimo en el límite del colapso neuronal.
Ya no puedo más, tengo que conseguir algo urgentemente. Lo siento mamá y papá
pero soy un fracaso. Lamento que hayan gastado todo el dinero que invirtieron
en clínicas de rehabilitación pero soy débil, soy el sueño resquebrajado de sus
proyecciones, una línea sobre la mesa, un trozo de cartón bajo la lengua, un
vástago sintetizado en laboratorio e inyectado por intravenosa. Lo siento pero
soy un adicto de primera con 200 dólares en el bolsillo listos para ser
gastados en ketamina, DMT, heroína, efedrina, adrenocromo, éter, zopralam,
melicalina sintetizada o cualquier sedante inyectable, aspirable o comprimible
en supositorios.
En la esquina de siempre me espera Lollypop.
Casual, displicente, macabro y dominante. Es un puto inmigrante; de esos que
ensucian nuestras calles con narcotráfico, prostitución y música latina. No sé
de donde viene y tampoco me interesa, solo sé que es el puto amo de la merca en
el lado oeste de down valley. Nadie sabe de dónde saca sus productos y nadie
pregunta, algunos dicen que tiene contactos dentro de los federales, que ellos
le entregan drogas experimentales que luego serán introducidas en los barrios
bajos, ni puta idea. Lollypop tiene de todo, para todos los gustos y precios.
Nadie se mete con él y los que lo han hecho han terminado durmiendo boca abajo.
- Dame lo que sea que me mantenga muerto
varios días –Le digo apenas le paso la pasta– ya tuve suficiente de la vida por
bastante tiempo.
Lollypop me quita el dinero y me pasa tres
pastillas azules, la emoción me embarga como a un niño su primera mesada. Nunca
he visto estas píldoras en mi vida, tampoco es que haya visto mucho.
- Mire parse, estas le van a encantar. Son el
último grito en psicotrópicos, el caviar de los drogadictos de clase alta, la
mejor chimba que vas a encontrar. Son carísimas y su precio subirá hasta
Yucatán. Pero usted es un cliente fiel, querido Jimmy, sé que le gustarán, sé
que volverá por más.
Lollypop apoya sus negros dedos en mi hombro
y me guiña un ojo. Siempre ha sido muy sobreactuado cuando le llegan nuevos
productos, con su acento bananero y sus dialectos desfasados en el tiempo. Lo
que sí, debo reconocer que pocas veces se equivoca cuando augura que volveré
por más mercancía.
- Como sea, Lollypop, te estaré llamando.
- Un consejo, Jimmy –Los ojos negros del
inmigrante me miran como si estuvieran a punto de revelarme el máximo secreto
de los faraones– pruebe con media pastilla, parse, eso equivaldrá a tres meses
–Me da una palmadita en el hombro, ya no puedo soportar su hedor a pobre– Vaya
a disfrutar, parsero. Cuando esté más caleto vuelve por más.
Le di una última sonrisa a Lollypop y me
marché a mi antro personal. El día se acababa pero, como dijera algún conde
alguna vez, todo cambia cuando el sol se va. Yo tenía mucho que cambiar; tres
meses de abstinencia no serían un agujero fácil de llenar, mucho menos con unas
capsulitas que sepa dios que carajo de efecto tenían.
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Y pensar que de niño
quería ser astronauta
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La rutina era siempre la misma: El sillón de
un cuerpo, luces bajas, un disco mezclado de Jefferson Airplane y un paquete de
maní, por si el hambre traidora venía a corromper mi claustro químico. Lollypop
me había dicho que probara con media píldora pero ese negro puto siempre era
recatado, rozando la cobardía, con las dosis que recomendaba.
Sobre el lomo de mis papilas gustativas
deposité completa la pequeña pastilla azul y la hice bajar por mi corrosiva
garganta con un toquecito de brandy.
Ahora la ansiedad que significa recibir la
fase uno. Lo común es esperar veinte minutos. Con el Zopralam primero viene una
sensación de mareo fatal seguido de la destrucción de las capacidades
psicomotoras, el resto es vacío. Con la melicalina es otro asunto; parte con un
subidón de calor que nace en el estómago y se estanca en la nuca. Dolor de
ojos, ardor de encías, los químicos te patean los intestinos y los pulmones se
estrujan hasta el cero, una sensación horripilante de estar a punto de ebullir
se apodera de todo el organismo. Todo se vuelve volcánico en la primera fase de
la Melicalina, el infierno sintetizado en una pastilla, magma procesado, sudor
y ternura. El resto, la segunda fase, es un paraíso indescriptible a causa de
la falta de memoria.
El hilo de mis pensamientos se corta cuando
siento una brasa de calor reconfortante en la parte baja del vientre. Se siente
como la Melicalina ¿Será cómo la Melicalina? No, no es lo mismo, esto es
acogedor, hogareño. Me acurruco en el sillón de un cuerpo mientras la chimenea
química me abraza y acaricia los músculos. Un fuego salvaje se prende en mi
vientre y empiezo a marearme. Sudo como un cerdo con sobrepeso y la
desorientación mental se dispara radical contra la cordura. Solo puedo
articular pensamientos relacionados con las fecas, las cabezas de pescado, un
vertedero de inmigrantes, animales rajados por el estómago, Lollypop y su
asqueroso acento de indígena ladrón.
Vomito mis entrañas hasta dejar seca mi
médula espinal, una catarata de bilis y ausencia de alimentos. El mareo me
derrota y caigo a piso, apoyo mi mejilla sobre el vómito que acabo de escupir.
El asco me supera, vomito de nuevo, empujo mi cuerpo hacia un costado y,
moquillento, con la garganta rajada por los ácidos gástricos y los labios
pastosos de residuos, me largo a llorar miserablemente. A mi cabeza vuelve mi
familia, orgullosa de un fracasado, mis patéticos tres meses limpio y, con una
congoja inspirada en el odio, recuerdo el fatídico momento en que Lollypop me
vendió estas putas pastillas. Negrete de mierda, indio hijo de puta. Mientras
me revuelco en el piso con el estómago en llamas pienso en mi bandera y en mi
obligación ciudadana en deportar a Lollypop ¿Por qué mierda se llama Lollypop?
Negro marica, haré que se seque en la cárcel.
El llanto se corta y la dignidad vuelve a mi
carne. El mareo se va y el sudor se acaba, soy humano de nuevo. Me recuesto en
el sillón de un cuerpo y dejo que Jefferson Airplane me acune. Las molestias
desaparecen, un amor profundo por mi cuerpo emana de la nada. Me acaricio los
hombros, el torso, las costillas. Bajo mis manos suavemente hacia mi cálido
vientre. Se siente bien, como una rapsodia de sensaciones que se cobija en mi
barriga. Una misteriosa sensación de hambre me invade, mi estómago se
transforma en el Sahara sobrepoblado por niños negros suplicando por un pedazo
de papel que masticar. Sigo acariciando mi panza mientras el hambre aumenta.
Tengo que hacer algo al respecto, algo como un pulpo. Sí, que bien vendría un
poco de pulpo al vapor ahora. El hambre lo es todo, tengo que comer. Me
levantaré e iré a robar un poco de pulpo al mercado.
Y en eso, mientras articulo un listado mental
de los artículos a robar para mi menú de drogado, los químicos de la píldora
azul me destruyen la cordura: Desde el interior de mi estómago algo golpea la mano con la que me
acaricio el vientre.
Mis neuronas se contracturan, los ojos se
voltean sobre su eje. Esta alucinación es nueva, tétrica, demasiado real.
Vuelvo a apoyar la mano en la superficie de mi panza y la situación se repite luego
de unos pocos segundos.
Lollypop me ha embarazado, pedazo de hijo de
puta. Voy a matar a ese negro, voy a sacarle los ojos y usarlos de llavero
¿Cómo mierda voy a estar embarazado? ¡Y de Lollypop! Maldito negro come ratones ya se va a
enterar. Me levanto del sillón de un cuerpo y busco mi armamento, cualquier
cosa servirá para destripar a ese despatriado. Un sacacorchos, un tenedor,
hasta clavarle el CD de Jefferson Airplane serviría para vengarme de esta
vejación (Sería una falta de respeto para los Jefferson, pero sé que si ellos
estuvieran en mi situación se sentirían mártires). Cómo es posible que el
gobierno permita que tanto inmigrante entre a nuestra nación y, como si su
permanencia en el país fuera poco, embaracen a los hombres buenos de esta patria
noble. Alguien debe hacer algo, alguien como yo. Voy a matar a Lollypop, ya se
va a enterar.
Doy vueltas por el departamento buscando
algún arma mejor que el disco de los Jefferson o el tenedor que sostengo en mi
mano cuando me encuentro de frente al espejo que adorna mi pasillo. Frente a
mí, una versión inmaculada de mi persona que porta una barriga enorme y hermosa
que aflora desde mi estómago y cobija a mi retoño. El tenedor homicida cae de
mis manos al momento que las lágrimas invaden mis ojos; voy a ser padre, voy a
tener un bebé.
Me aferro a mi barriga y caigo contra la
pared conmovido por mi reflejo. Me siento la virgen maría, quiero una sesión de
fotos desnudo en blanco y negro donde solo seamos yo y mi hijo. A la verga
Lollypop, no importa si no quiere hacerse cargo, tengo una sola preocupación en
el mundo y es mi bebé. El recuerdo de mi familia me sonríe en la mente; ya no
estoy solo, ya no estaré solo nunca más, ahora solo soy y mi hijo.
¿O será hija? Tengo que averiguarlo ¡Es
urgente! Cómo podré pensar en un nombre si no sé qué es ¿Y si me sale
hermafrodita? O peor ¿Si sale negro como Lollypop? Eso sería fatal,
irreversible, sellaría su destino para siempre y lo condenaría a trabajar de
por vida en un local de comida rápida friendo pollos. Tengo que salir de la
duda, debo saber si se parece a mí o al bastardo sin patria de su padre.
Me rajo la camiseta, desparramo media botella
de crema humectante sobre mi celestial barriga y distribuyo la loción. He visto
por TV que así las madres ven a sus hijos en la consulta médica. Le plantan
unos aparatos electrónicos que muestran a los fetos a través de ondas
electromagnéticas. No puede ser tan complicado si sale en TV. Necesito un algún
dispositivo que transmita señales al televisor y podré ver a mi retoño.
Reclino mi humanidad sobre el sillón de un
cuerpo y, mientras el televisor sintoniza los entretelones de una guerra de
hormigas, me clavo el control remoto en la panza. En la pantalla lo único que
se ve son los inteligibles puntos blancos y negros que rebotan entre sí. Sacudo
con violencia el control de un hemisferio al otro pero no aparece nada salvo la
contienda de hormigas. Debe faltar loción, quizás las pilas del remoto están
descargándose, tal vez necesito más pastillas.
El instinto materno me obliga a tragarme otra
pastilla entera. El efecto es inmediato, las patadas que mi niño empieza a dar
son fulminantes. Me aportilla las costillas y los riñones con los pies, da
puñetazos a las paredes de mi estómago como si quisiera arrancármelo y
tragárselo, le da un cabezazo terrible al pulmón derecho. Hambre es lo que
tiene pero tendrá que aguantarse; nada de comida hasta que se muestre, no
señor, educado tiene que salir.
Orbito circunferencias con el control sobre
mi barriga sin prestarle atención a la violencia que se cultiva en mi vientre.
“Muéstrate carajo”, le ordeno, “que te muestres te digo”, la guerra de hormigas
empieza a difuminarse. “¿Te vas a mostrar a papi?”, los puntos negros
desaparecen, los puntos blancos poco a poco se mezclan, se diluyen, forman una
silueta redonda, una nariz familiar, unas manitos pequeñas, un rostro deforme
que en un par de meses parecerá un humano.
Se parece a mí.
La emoción me embarga, los ojos se me
cristalizan y una sonrisa imposible se me dibuja en el rostro. Los químicos
retuercen mis músculos. Caigo de rodillas frente al televisor mientras las
lágrimas dejan surcos bajando por mis mejillas. Esto es tremendo, tengo un hijo
hermoso gestándose en mi estómago, pequeño, gordito, flotando en la inmensidad
de mi vientre. “Tum, tum”, resuena el latir de su corazón. “Tum, tum”, entierro
las manos en la pantalla del televisor y lloro superado por la alegría. “Tum,
tum” y el pequeño me mira a la cara. “Tum, tum” y su boquita se abre.
- ¡Sácame de aquí, carajo! –Me grita desde el
interior del televisor.
Caigo sobre mi espalda, horrorizado por la
primera impresión.
- ¡Sácame imbécil!
–Vuelve a gritar mientras golpea la pantalla con su ínfimo puño.
El televisor
empieza a zamarrearse, la pantalla tiembla con los golpes del feto parlante. No
entiendo lo que pasa, los ojos se me desorbitan frente al endemoniado rostro
ectoplásmico del infante. Bajo un mar de insultos me ordena que lo saque de mi
barriga, no es una petición, es una orden dictatorial. Me quedo congelado, en
piloto automático. Me manera mecánica me trago la última pastilla azul que
queda y un dolor robado del mismo infierno me quiebra la columna vertebral.
Grito desde las tripas al momento que mi estómago se infla como un globo
aerostático, crece y crece en una proporción inimaginable. Mis ojos se abren
con terror, sudo sobre el sudor, la garganta se me seca y siento como mi piel
está a punto de rajarse. Dentro de mi estómago debe haber cupo para tres
camionetas.
-¡SÁCAME MALDITA
SEA! –Me gritan desde el televisor.
Sin pensarlo dos
veces me entierro el tenedor con el que pensaba asesinar a Lollypop en el bajo
vientre. Desde la pantalla, mi infante aúlla de dolor. Lo clavo una y otra vez haciendo
una pequeña línea de pre-picado desde la corona del pene hacia el ombligo.
Desde la pantalla, los gritos son aterradores, Jefferson Airplane no aporta
mucha calma al momento. Termino rápidamente la línea y, con unas uñas bestiales
crecidas de la nada, rajo la carne y entierro las manos en los músculos que
separan a mi bebé del mundo. Sudo, lloro y siento electricidad en todo mi
cuerpo. Mis manos navegan entre mis entrañas, la carne no quiere ceder y se
estrecha contra mis extremidades con violencia. Es una lucha de uno contra uno,
del hombre contra su propio cuerpo. Obligo a mis músculos a ejecutar un empujón
final y definitivo y, mientras las venas de la sien revientan en coágulos
sangrientos, arrancó a mi bebé de mi propio vientre.
La placenta queda
pegada en el techo, luego cae sobre la radio y se desparrama sobre la alfombra.
Lloro a causa del
dolor, lloro porque por fin tengo a mi bebé respirando en mis brazos, lloro
pero él no emite ningún sonido. Lo abrazo con fuerza, me aferro a su carne como si de
su diminuto cuerpo (82 cms/7 kilos y medio) dependiera mi vida. Hago una pausa
mientras mi respiración se regula y lo veo a la cara; es un montón de carne
deforme y sin una figura definida, se parece a mí, me sonríe.
Nunca
le negaré el querer ser astronauta.
Lo
dejo por unos segundos en el piso, acostado a mi lado, e inspecciono mi herida;
se ve fatal, tengo que cocerla pronto o algún insecto podría empezar a habitar
en ella. A mi lado siento una presencia imponente, desvío la mirada de la fatal
incisión y veo a mi bebé de pie prendiendo un cigarrillo. Un hedor exagerado a
inmigrante se apodera de mi pequeño departamento.
-
Gracias, pá –Empieza a decir con una versión mutante de mi propia voz- ¿Tendrás
veinte pavos que me prestes?
-
………………………………………………………………………………………………………………… -“Lo mutante no es su voz, lo
mutante es su acento” deduzco mentalmente mientras apuntar mecánicamente un
velador donde guardo algunos billetes.
-
Gracias viejo –La extraña forma humanoide que tengo por hijo cuenta los
billetes y, acto seguido, se los guarda entre las carnes de lo que debería ser
su estómago- Me voy a lo de Lollypop, espérame con desayuno mañana ¿Vale?
Gracias parse.
- Inmigrante hijo
de puta –Digo para mí mismo.
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