jueves, 26 de septiembre de 2013

Sobre la estatura.-

A veces me siento pequeño. No es que no lo sea, soy a penas una conjunción de 165 centímetros (Y ni hablar de mi tamaño en la historia), solo que a veces me siento más pequeño de lo que generalmente considero normal, incluso para mis escalas reducidas. No sé si serán los hiperbólicos edificios que rodean mi imperio en miniatura o la abrumante extensión de planeta que conjuga mi hábitat, la cosa es que a veces me siento pequeño.

Y motivos claros tengo para hacerlo. Si no, dígame usted ¿Cómo se sentiría a los pies de la torre Eiffel? Bueno, yo no he estado ahí, y si lo estuviera creo que me uniría a las filas de hormigas que recolectan comida para el invierno. Quizás recolectaría comida para ellas mientras toman sol y se van por el fin de semana a la playa, no lo sé, me siento pequeño a veces. No sé como resolver estos lapsus de chiquitolina, de sentirme disminuido frente a la majestuosidad del mundo, de la humanidad, de las palmeras.
Salgo a caminar esperando que el devenir me escupa grandeza y generalmente vuelvo más pequeño. Me escondo dentro de mis zapatillas y me devuelvo a mi caverna. Paso por debajo de la puerta, entre las patas de la mesa y bajo la alfombra de mi cuarto. Me refugio debajo de la cama y ahí, compenetrado con mi limitado tamaño, me siento nuevamente emperador.

Entonces me reconozco gigante, soberano, legendario. Separo mis vértebras y rajo el somier que me cobija con la anchura de mis omóplatos. Pero eso no es suficiente, las estrellas tienen que perderse en mis bigotes. Un soplido, un respiro y soy más grande aun.  El techo cruje contra mi nuca y cede, uno, dos, tres, nueve pisos de concreto estallan contra mi cabeza que se alza. La ciudad se rinde a mis pies como un organigrama de puntos grises y luces amarillas. Gritos de júbilo emanan de mis entrañas. Crezco sin límites, me estiro hacia el sol y lo atravieso con mi nariz, grande, gorda como una gigante roja. Los astros son mi comparsa, el planeta solo una callosidad en la planta de mi pie. Tomo las estrellas, formo un ramillete y me las trago. Su electricidad hace palpitar mis tripas.

El codo me pica, Antares anda por ahí.

Estiro el brazo tratando de llegar al final de la bóveda celeste, pero nunca lo consigo. Me estiro y estiro, crezco y crezco y nunca alcanzo el final del telón negro que decora al universo. Ahí, gigante y solo, vuelvo a sentirme pequeño. El resto es silencio.

A veces me siento pequeño, motivos no me faltan. Si no, dígame usted ¿Cómo se sentiría si tuviera consciencia de sus reales dimensiones?

Tenga cuidado.

A Napoleón le dijeron que era pequeño, mira la mansa escoba que dejó.-

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