domingo, 15 de mayo de 2011

Live Experience.-



Entre un montón de ideas, un cerro de palabras sin escribir y un cigarro a medio encender empiezo a escribir estas palabras tras una cómoda, familiar y hasta rejuvenecedora caminata por Santiago, esa ciudad de mugre, polvillo y asfalto pupulante. Uno como persona tiene que buscar esas instancias personales y propias que lo hagan feliz, esas que te llenan y te hacen decir "Puta que soy feliz ahora". Algunos el deporte, otros el arte, el mío: los conciertos en vivo.

Con veintitrés recitales grandes y un sin fin de tocatas de medio pelo en el cuerpo, considero que tengo un poco de autoridad en cuanto a experiencias en vivo se refiere y, tras el concierto de Paul McCartney - El cual dicho sea de paso hizo tragarme todas mis palabras - me he dado cuenta de la terrible transformación que ha sufrido el público chileno. Claramente no se pueden hacer comparaciones entre el público de The Podrigy y el de Soda Stereo, pero no puedo evitar sentir un poco de lata al ser parte de un público que no salta, canta despacio y se queda de pie levantando sus cámaras y celulares para grabar todo el concierto. Cada cual hace lo que quiere y cada cual aprovecha su entrada como le da la gana, lo sé, pero a diferencia de las tocatas de poca monta los conciertos de bandas o "importantes" - yashao - han perdido poco a poco ese espíritu de mosh, de adrenalina y euforia colectiva.

Si, quizás los eventos donde estás a medio metro de la banda, donde les puedes escupir, subirte al escenario y hasta recibir un huascazo de uno de los músicos pueden ser más prendidos, pero también les falta el espíritu de masa, de puesta en escena con visuales y luces. Un collage entre ambas cosas sería bastante bueno para el espíritu chileno chaquetero que pifea los teloneros y saca las filmadoras cuando el main show empieza. Sin duda, la renovación de audiencia empieza por uno. Por lo menos yo disfruto cada peso que pago por las entradas, esté motivado el público o no. Cada concierto es una conjugación de luces, música, espectáculo y éxtasis. Una inyección de energía prestada a la vena que desenfrena, emociona y libera por dos, tres o cuatro horas del mundo que pisamos.

Lo que si una cosa que siempre me apesta de los conciertos es que, vaya al que vaya, siempre me pongo al lado o de los pailones de tres metros de alto, o de los flaites que van a robar, o las minas de baja estatura que hablan muy fuerte y muy chichón, o de los que entran en la máxima borrachera, un imán que atrae a lo peor del público hacia mi. Una mierda pero no importa, el anonimato que te entrega el ser ciudadano temporal de una masa perdona todo, combos, insultos, codos en el ojo y hasta cámaras sobre las cabezas.

En fin, el público ha cambiado, los eventos han cambiado y lo seguirán haciendo. Solo espero llegar a viejo y tener aún - Si es que la divina providencia me permite seguir asistiendo a conciertos - el espíritu de la tocata, disfrutar el concierto como se deba y de la forma en que sea necesario. Que la emoción de escuchar música en vivo nunca se disipe de mis tripas y que, si es que llega a pasar, los recuerdos la mantengan viva.

No es del concierto en Chile, pero escuchar esta canción en vivo es una de las mejores cosas que me han pasado en la vida.






Al final de cuentas, un pedazo de felicidad se puede comprar, pero sigue siendo priceless.-

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