miércoles, 9 de octubre de 2013

Sobre Black Mirror.-

Llevo en cama un par de días y me he visto en la obligación (auto impuesta, por supuesto) de sumergirme por completo en la internet y en sus bondades. Navegando en todo momento, llegué a la frontal decisión de animarme a ver, por fin, Black Mirror. Ultra recomendada, la obra del señor Brooker me dejó hecho bolsa. Cada uno de los tres capítulos que componen sus temporadas no dejan a nadie indiferente, arroyan con sentimientos y dejan esa sensación pastosa y agridulce de que estamos construyendo ciudades sobre pantanos.

No es solo que la tecno-paranoia sea una de las constantes de mi vida o que el criptopunk (Como le dice mister Assange) se esté convirtiendo, día a día, en una realidad más plausible. No, no es solo eso. Puede que lo que me desbarate a nivel emocional sea que, desde la incomodidad de la expectación, me vea tan reflejado en tantas de sus historias. Por ejemplo, en la completa historia de ti (In memorium), los humanos portan un chip en la nuca que les permite registrar todo lo que ven y escuchan y reproducirlo a posteriori. Así, los recuerdos no se olvidan y se pueden visualizar en cualquier momento. En este contexto, un tipo empieza a desconfiar de su mujer ya que mira y habla con mucha soltura con cierto sujeto a quien nuestro protagonista no conoce. El personaje se obsesiona con descubrir que se esconde detrás de esta evidente tensión para, finalmente, descubrir que su esposa había tenido una relación con dicho hombre. La historia avanza obviamente hacia lo inevitable y la verdad de las cosas, por momentos, es tanto o más asquerosa que los engaños.

Yo me pregunto ¿Qué haría yo si las herramientas tecnológicas me permitieran indagar en la verdad de tantas cosas? De los sentimientos de quienes me rodean, de las verdades que me dicen, de la veracidad de sus palabras. Ahí me detengo y pienso; falta poco para que se pueda. Entonces pienso ¿Esto es solo el preámbulo de la real psicopatía macro-social? ¿Cuán poco falta para que la tecnología, en vez de arreglarme la vida, me la termine por destruir? En esa voragine de pensamientos caí en cuenta de que ya no tengo manera (Entiéndase por manera a un medio virtual. El canon de las relaciones humanas contemporáneas.) de saber de ti. Ahí la tecno-paranoia se dispara como un tren bala y caigo en la interrogante ¿Tan nanoconsumido estoy? ¿La existencia de verdad se ha resumido a esto, a un avatar en una pantalla? Caigo en el capítulo dos de la primera temporada y me horrorizo ¿Basta con borrar mis perfiles para desaparecer? El humano existencialista siempre ha barajado esa hipótesis; desaparecer. Ahora pareciera estar, por fin, al alcance de la mano y eso me aterra.

Me aterra de cojones.

En fin, Black Mirror, de las grandes joyas de nuestra era.-

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